Mucho se ha escrito sobre la Casa del Pueblo, que reunía a las Sociedades Obreras adscritas a la UGT, al PSOE y a las Juventudes Socialistas. Un gran edificio, comprado al duque de Béjar, para competir con los clubes burgueses y para dar a los obreros un centro de educación, reflexión, esparcimiento y cultura, servicios sanitarios...
La Casa del Pueblo fue cerrada definitivamente el 28 de marzo de 1939 por varios compañeros que aguantaron en Madrid hasta la entrada de las tropas facciosas.
Personalmente, me quedo con los siguientes textos que relatan cómo era la Casa del Pueblo de Madrid:
"Le convenzo a Pla para que me lleve a la Casa del Pueblo, y un día que va a pagar la cuota, voy con él. Es un edificio todo lleno de habitaciones muy pequeñas que son las secretarías. Allí dentro hay uno o dos compañeros detrás de una mesa y un cobrador, con unas hojas de cupones y el taleguillo de los cuartos. Por todas partes se oye sonar dinero y los pasillos están llenos de obreros que en muchos sitios forman cola delante de la puerta de su secretaría y van entrando uno a uno a recoger sus cupones. -Hoy es sábado -me dice Pla- y casi todas las sociedades cobran una cuota semanal. Hay sociedades muy fuertes. Los albañiles deben de tener millones. Con este dinero aguantan luego las huelgas, y ayudan a los otros cuando están en huelga."
Personalmente, me quedo con los siguientes textos que relatan cómo era la Casa del Pueblo de Madrid:
"Le convenzo a Pla para que me lleve a la Casa del Pueblo, y un día que va a pagar la cuota, voy con él. Es un edificio todo lleno de habitaciones muy pequeñas que son las secretarías. Allí dentro hay uno o dos compañeros detrás de una mesa y un cobrador, con unas hojas de cupones y el taleguillo de los cuartos. Por todas partes se oye sonar dinero y los pasillos están llenos de obreros que en muchos sitios forman cola delante de la puerta de su secretaría y van entrando uno a uno a recoger sus cupones. -Hoy es sábado -me dice Pla- y casi todas las sociedades cobran una cuota semanal. Hay sociedades muy fuertes. Los albañiles deben de tener millones. Con este dinero aguantan luego las huelgas, y ayudan a los otros cuando están en huelga."
Arturo Barea, "La forja de un rebelde", La forja.
"Decidimos marcharnos a la Casa del Pueblo después de dar nuestro nombre. Cuando volvimos a encontrarnos en la calle, se me hizo un nudo en la garganta. Muchos miles de trabajadores se encontraban en aquel momento en camino para presentarse en sus sindicatos, y la mayoría de sus organizaciones tenían el domicilio en la Casa del Pueblo. Desde los distritos más lejanos de la capital las casas vomitaban hombres, todos marchando en la misma dirección. En el tejado de la Casa del Pueblo lucía una bombilla roja que era visible desde todas las buhardillas de Madrid. Pero la Casa del Pueblo estaba en una calle estrecha y corta, perdida en un laberinto de calles también cortas y estrechas, y a medida que la multitud se espesaba se hacía más y más difícil llegar al edificio. Al principio, muchachos de la juventud socialista exigían el carnet a la puerta; después, en las dos esquinas de la calle. Hacia las diez de la noche estos centinelas guardaban las entradas de las bocacalles a doscientos metros del edificio y dentro de este radio se apiñaban miles de personas. Todos los balcones abiertos y cientos de aparatos de radio voceaban las noticias: Las derechas estaban en abierta insurrección."
Arturo Barea, "La forja de un rebelde", La llama.
"A la satisfacción de esa conducta, que se ponía como ejemplo, se unió en 1908 un acontecimiento que adquirió en toda España valor de síntoma. La organización obrera madrileña, mal albergada en el centro de la calle de Relatores, adquirió un palacio ducal para transformarlo en Casa del Pueblo. [...] El movimiento de la Casa del Pueblo de Madrid estaba representado por una inscripción de 35.000 trabajadores. Los afiliados irumpieron en masa en su nuevo domicilio. Fue una manifestación impresionante. Iglesias a la cabeza, en compañía de los fundadores, y orgullosas, con latido de cosa viva, las banderas rojas de las Secciones. [...] Aquella Casa del Pueblo, acabada de inaugurar, vendría a ser, años más tarde, el centro vital de Madrid. Y su centro moral. La emoción de Iglesias tenía explicación. Intuía el futuro."
Julián Zugazagoitia, "Pablo Iglesias: vida y trabajos de un obrero socialista".
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