El Papa, Benedicto XVI, ha visitado España. No podemos negar las discrepancias entre el Gobierno español y el Vaticano tras la ley que reconoce el matrimonio homosexual, la Ley orgánica de Educación, la nueva regulación del divorcio y la ley de identidad sexual.
Los sectores más ultraderechistas del episcopado español trataron de pronunciarse, al compás del PP, sobre la unidad de España, pero fueron frenados por los sectores que opinan que los obispos no deben meterse en las cuestiones de Estado que no tengan implicaciones religiosas (una hipocresía bien grande, pues ya me dirán qué implicaciones religiosas tiene el matrimonio civil, porque aquí nadie se ha metido con la regulación del matrimonio canónico).
La visita del Papa a Valencia viene marcada por el constante intento de las autoridades valencianas (del PP) y eclesiásticas de marginar al PSOE y al Gobierno en la visita: hasta tal punto que querían que la seguridad del Papa, como Jefe de Estado, dependiera del Ayuntamiento de Valencia y no de la Policía Nacional.
Pero tenemos otros tres puntos sobre los que hablar:
El primero serían las quejas de las comunidades de cristianos de base (parroquias de barrios populares, el llamado Grupo de sacerdotes del sábado) y grupos laicos de Valencia por el derroche de dinero público empleado en la visita papal. Hay que empezar a cambiar la mentalidad: un Estado aconfesional como el nuestro no puede permitir que una Administración, como el Ayuntamiento o la Generalitat valenciana, se gaste dinero de todos sólo para el beneficio de los católicos.
El segundo sería la petición que ha hecho la ARMH (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica) al Papa para que ordene retirar de las iglesias las placas en honor a los caídos "por Dios y por España", placas de exaltación del franquismo que concedían derechos a los familiares de los que figuraban en la placa, como muertos en combate. Sólo en Euskadi, Cataluña y algunas iglesias que han hecho obras desde los años 50 a esta parte se han retirado esas placas. En diócesis como la sevillana, las placas escasean porque el arzobispo de Sevilla en los años 40, monárquico convencido, amenazó con la excomunión a los párrocos que permitieran esas placas o a quien permitiera a Franco entrar en la iglesia bajo palio. Hoy, algunos católicos, perseguidos por oponerse al régimen de Franco, quieren que se quiten esas placas porque no se sienten identificados con una iglesia que aún recuerda a unos sediciosos fascistas como si fueran héroes.
Pero la izquierda en general, a la vista del gesto del Papa en Auschwitz, gesto que no repara pero que podemos tener en cuenta (a Galileo le pidieron perdón pasados 500 años, a los judíos pasados sólo 60, todo un récord), le ha pedido al Papa otro gesto: que pidiera perdón por la implicación de la Iglesia en la sublevación franquista y en la posterior ayuda a la represión de la izquierda. El Papa se va ya de Valencia, cuna de los Borgia, de la simonía y del incesto en la cúspide eclesial, sin pedir perdón por esa implicación de su iglesia con el franquismo. Lástima.
Mientras tanto, desde la COPE, la radio de los obispos, algunos locutores tratan de rescribir la historia, justificando el apoyo del episcopado español a Franco o negándolo. Pero que no se nos olvide la foto del pecado: obispos haciendo el saludo fascista con ropas talares.