Mientras los garibaldinos intentaban en Italia imponer el Resurgimiento (como paralelismo al Renacimiento) ante la decadencia social del país, con una nobleza rural que mantenía a todos en el atraso, esta misma nobleza adoptó, al ver perder sus posiciones y con pragmatismo italiano, una actitud que Lampedusa definió en su novela "El gatopardo" con una máxima irrepetible: "Que todo cambie para que todo siga igual".
Bajo esta premisa, a estas alturas del juego, hay quien sigue tratando de que todo se realice como siempre se ha hecho, de modo que el factor implacable del tiempo resta eficacia, frescura y eficiencia, a la par que belleza, a las medidas adoptadas, puesto que las cosas, nos pongamos como nos pongamos, hasta las más simples, deben adaptarse constantemente a su momento. Eso es ser progresista. Lo contrario, por tanto, es ser conservador.
Bajo esta premisa, a estas alturas del juego, hay quien sigue tratando de que todo se realice como siempre se ha hecho, de modo que el factor implacable del tiempo resta eficacia, frescura y eficiencia, a la par que belleza, a las medidas adoptadas, puesto que las cosas, nos pongamos como nos pongamos, hasta las más simples, deben adaptarse constantemente a su momento. Eso es ser progresista. Lo contrario, por tanto, es ser conservador.
Pero es más, el problema ya no radica sólo en oponerse a los cambios. El problema es, sin duda, que para el supuesto caso de que se admitieran cambios, éstos deberían conducir a situaciones igual de viciadas por el tiempo que las que se manejan antes del cambio. O lo que es lo mismo, "que todo cambie para que todo siga igual".
Pienso que la solución debe ser cuasi-revolucionaria. Un cambio radical de mentalidad. Una ventana abierta para que entre aire fresco. Como sigamos así, nos vamos a morir con olor a naftalina.